FRIEDRICH NIETZSCHE    

 

  Nietzsche es considerado uno de los grandes críticos de la cultura occidental: la ha observado y analizado despiadadamente Dicha cultura se asienta, según nuestro autor, sobre dos grandes pilares: la metafísica y la moral cristiana. Ambas van a ser denunciadas por Nietzsche como los grandes errores de la humanidad. La metafísica no es más que la historia de un error, mientras que la moral cristiana es fruto del miedo y del resentimiento de los débiles contra la vida. Luego añadirá que la primera se basa en la segunda, es decir, que la metafísica es fruto de la necesidad de crear valores, de establecer valores y en ella se ha impuesto la valoración de los débiles, de los incapaces, de los que no soportan el dolor y el devenir del ser. Nietzsche no siempre ha tenido buena prensa entre los filósofos porque considera la metafísica como la historia de un error, pero supone un alto en el camino, una llamada de atención al desarrollo de la cultura occidental que, como poco, merece ser tenido en cuenta.

 

Es ya tradicional considerar el nacimiento de la filosofía como “el paso del mito al logos”, es decir, el paso de una visión poética-religiosa del universo a una visión racional del mismo (basada en la explicación causal del mundo), una visión basada en la clasificación de los fenómenos (naturales o sociales) mediante conceptos y sometida a leyes. Nietzsche llama a estas dos visiones, a estas dos interpretaciones de la realidad como la visión estética del universo frente a la visión racional del mismo (El nacimiento de la tragedia). La visión estética es la que prevalece en Grecia hasta el nacimiento de la filosofía, y es la que nos trasmiten los grandes poetas (recuérdese que Nietzsche es catedrático de filología, y por tanto, un gran conocedor de la cultura clásica): Sófocles y Esquilo (entre otros). Esta interpretación de la realidad se fundamenta en la confrontación constante de dos elementos: lo Apolíneo y lo Dionisíaco. Es ésta una visión que no elimina ningún aspecto de la realidad, que no excluye el devenir del ser, la no permanencia. Frente a esta concepción surge otra: la socrático-platónica. Ésta no acepta el devenir del ser, sólo lo inmutable es. El cambio, la mutación sólo son apariencias de realidad; este mundo no es el auténticamente real, este mundo es sólo el reflejo, la copia de otro mundo, el único mundo verdadero: el mundo inteligible, el mundo de las esencias eternas, que permanece siempre idéntico a sí mismo, donde no existe el cambio, el devenir. Según Nietzsche, esta concepción está basada en el miedo a la vida, en el miedo a la finitud, a la muerte, a la caducidad, al devenir. Todo lo que no soporta el espíritu débil es rechazado, no existe. Frente a este panorama Nietzsche hace una clara apuesta por la vida, por la alegría, por la fuerza, por el devenir, por el saber entendido como interpretación. No hay ningún ser más allá del espacio y del tiempo, ningún mundo inteligible, ningún mundo de las Ideas eternas, ningún orden moral eterno y trascendente. Sólo existe el mundo experimentable por los sentidos, el mundo que se muestra aquí, en el espacio y en el tiempo. Querámoslo tal cual es. Esta concepción nietzscheana del mundo se plasma en los conceptos de la filosofía nietzscheana: la voluntad de poder, el eterno retorno y el superhombre

 

1. Vida y obras

Federico Guillermo Nietzsche nació en Roecken (Turingia) el 15 de octubre de 1844, en el seno de una familia de clérigos protestantes. Ingresó en la Universidad de Bonn y fue nombrado catedrático de filología clásica en la Universidad de Basilea a los 24 años. Desde comienzo de los años ochenta Nietzsche se ve gravemente afectado por una enfermedad de origen sifilítico. En 1889 es abatido por una crisis de demencia en Turín. Murió el 25 de Agosto de 1900.

-  El nacimiento de la tragedia en el espíritu de la música

- Consideraciones intempestivas

- Humano, demasiado humano

- Aurora

- La gaya ciencia

- Así habló Zaratustra

- Más allá del bien y del mal

- La genealogía de la moral

- El crepúsculo de los ídolos

- El anticristo

- La voluntad de poder

- Ecce Homo

Nietzsche no es un filósofo tradicional que pretenda crear un sistema conceptual coherente, que nos ayude a captar la esencia del mundo. Es más bien un ensayista y un poeta. Casi todos sus escritos están formados por aforismos[1], llenos de metáforas que dificultan su interpretación pero escritas en un lenguaje sugerente y bello. Como en otros autores, por ejemplo Platón, el estilo no es algo accidental sino que responde a su concepción de la realidad y de la filosofía. Para Nietzsche no existe la «cosa en sí», el ser. Por esta razón el lenguaje lógico y científico no es adecuado para captar una realidad cambiante (tal cual la entiende Nietzsche en contra de la ciencia), para aprehenderla, si lo que pretendemos es captarla de una vez por todas y para siempre. Sólo la metáfora sirve para expresar la realidad cambiante y compleja pues exige interpretar el mundo y es más fiel a la «esencia» de éste, a su más profundo ser. Como veremos más tarde, para Nietzsche todo concepto en su origen es una metáfora de la que nos hemos olvidado que lo es.

    La obra de Nietzsche tiene dos objetivos claramente diferenciados que van intercalándose a lo largo de su obra. Por un lado su crítica al pensamiento precedente, y en general, a los elementos más fundamentales de la cultura occidental. Es lo que Nietzsche llamó «la filosofía que dice no», es decir, la parte crítica de su filosofía. Por otra parte, Nietzsche explica cual era su visión del mundo y como es el hombre acorde con esa visión. Es lo que denominó la «filosofía que dice sí». Empezaremos por «la filosofía que dice no».

 

2. La destrucción de la tradición occidental

 

Crítica a la ontología y a la epistemología

Como hemos apuntado al principio, el nacimiento del pensamiento racional, el nacimiento de la filosofía es fruto de la debilidad, de la cobardía. Pero ¿qué ha hecho la filosofía? ¿cuál ha sido su gran traición? Negar el devenir, el cambio, la muerte e idear trasmundos donde lo último es considerado lo primero. La filosofía cree haber encontrado la verdad cuando momifica la realidad, cuando la diseca, cuando detiene el devenir. La realidad es terrible, el sufrimiento, el dolor, la lucha, el cambio constante de todo, la no permanencia, hacen difícil la vida. Aquellos que no pueden soportarlo crean un mundo distinto a éste, un mundo donde todo lo terrible ha sido eliminado, donde no hay cambio, ni muerte, ni destrucción: el mundo de la Ideas platónico, el Dios cristiano. Allí todo permanece por siempre inmutable. Al crear este otro mundo lo que hace la filosofía tradicional es desvalorizar (quitar valor, importancia) al único mundo existente, que a partir de ahora será calificado de aparente. Lo que vemos, oímos y tocamos no es la auténtica realidad, es sólo una copia o reflejo del auténtico mundo real. Y lo que es aún peor, nada de este mundo merece la pena, todo lo que es, lo es en función del Mundo Verdadero. Nada hay de valor en este mundo aparente, nada hay que merezca la pena. La «cosa en sí», la auténtica realidad se esconde tras las apariencias. La metafísica, ya desde Parménides y, sobre todo, desde Platón[2], ha negado la realidad del mundo sensible, el mundo que vemos, tocamos y percibimos y ha ideado trasmundos. Ese otro mundo es el mundo verdadero y el que percibimos es llamado irreal y aparente. Nosotros vemos el cambio, vemos que lo que antes no era ahora es (nacen y mueren continuamente las plantas y animales) pero eso, dice Platón, no es verdad, no es la auténtica realidad. La rosa que yo toco y huelo, no es «la rosa en sí», la «auténtica rosa» porque ahora es y luego no es, porque es una más entre miles. La «rosa en sí», la ROSA, está en el mundo de las Ideas y esta rosa no es más que un reflejo, una copia de aquella, que es la verdadera. Ésta es sólo una apariencia.

Esta distinción tajante entre ser real y aparente es ya un juicio sobre la vida, un juicio negativo sobre la vida ya que lo único importante es el mundo verdadero. Pero si las cosas son como las describe Platón ¿por qué percibimos el cambio y el devenir y no la inmutabilidad del ser? Esto se debe al engaño de los sentidos (que también son devaluados): sólo la razón puede captar la verdadera realidad. La verdad, el saber consistirá pues en conocer dichas esencias eternas. El Bien está en ese otro mundo y debemos aspirar a él, negando el cuerpo, negando los sentidos, la sensualidad.

  Pero si, según Nietzsche, nada permanece  ¿es posible la verdad, la ciencia, el saber? Evidentemente no en el sentido tradicional. Hasta ahora se ha sostenido que si una teoría es verdadera lo es siempre puesto que el ser, la realidad permanece por siempre igual, y si hemos captado la realidad «en sí», la cosa «en sí», estamos en la verdad. Al negar que existe la realidad, negamos la concepción tradicional de la verdad como la adecuación “perfecta”, unívoca entre la realidad y un sistema de conceptos. Además Nietzsche va a cuestionar a los propios conceptos. Hasta ahora cuando una teoría o una filosofía cuestionaba a otra lo que cuestionaba era si los conceptos utilizados por la primera “reflejaban” correctamente la realidad. Nietzsche no solo cuestiona que exista «la Realidad», una única realidad, sino que cuestiona la validez misma del concepto, es decir, que los conceptos puedan reflejar la realidad. Para Nietzsche todo el lenguaje es metáfora, incluso los conceptos son metáforas.

«¿Qué es entonces la verdad? Una hueste en movimiento de metáforas, metonimias, antropomorfismos, en resumidas cuentas, una suma de relaciones humanas que han sido realzadas, extrapoladas y adornadas poéticamente y retóricamente y que, después de un prolongado uso, un pueblo considera firmes, canónicas y vinculantes; las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado que lo son; metáforas que se han vuelto gastadas y sin fuerza sensible, monedas que han perdido su troquelado y no son ahora ya consideradas como monedas, sino como metal.»[3]

Como se puede apreciar, para Nietzsche la verdad sólo puede ser entendida como metáfora y no como adecuación, en contra de lo que sostiene la filosofía tradicional. Los conceptos, en su origen, no designan a la realidad sino las relaciones que el hombre establece con las cosas. El proceso es el siguiente: un estímulo se transforma en una imagen, esa imagen se transforma en un sonido y surge la metáfora. En cuanto dicha metáfora tiene éxito, es válida para un grupo de hombres y ya no es la expresión de la experiencia singular y completamente individualizada del que la creó, aparece el concepto. Pero además el concepto es aquello que se aplica a un conjunto de cosas que constituyen una clase. El concepto «hoja» se ha forjado al abandonar de forma arbitraria las diferencias individualidades, al olvidar las notas distintivas, como si en la naturaleza hubiera algo separado de las hojas que fuese «la hoja», «una especie de arquetipo primigenio a partir del cual todas las hojas habrían sido tejidas, diseñadas, calibradas, coloreadas, onduladas, pintadas, pero por manos tan torpes, que ningún ejemplar resultase ser correcto y fidedigno como copia fiel del arquetipo.»[4] En definitiva lo que Nietzsche pide es una vuelta a la visión estética del mundo.

Lenguaje y realidad son cosas absolutamente distintas. La realidad es, viene dada, mientras que el lenguaje es una creación humana. La razón, el entendimiento no pueden proporcionar jamás nada que se aproxime a una verdad eterna. No podemos saber, no hay episteme, todo es opinión, doxa. El saber sólo puede ser interpretación, hermenéutica[5]. Esta crítica no va dirigida exclusivamente a la filosofía sino también a la ciencia. Frente a ésta y a los científicos mantiene Nietzsche una posición ambivalente: por un lado reconoce en los científicos actitudes positivas: libertad, rechazo a los prejuicios, curiosidad, interés por el mundo concreto; por otro lado, les reprocha su pretensión de alcanzar un saber Verdadero, Absoluto, Definitivo. En definitiva, les reprocha que no acepten que su saber es sólo una interpretación de la realidad. Cualquier intento de determinación de la realidad, cualquier intento de decir que el ser es materia, idea, átomo, etc., es insuficiente, incompleto, provisional ¿Debemos por eso desechar la ciencia, abandonarla? No. En realidad la actividad científica es necesaria para la supervivencia del hombre, es una ficción muy útil. La ciencia es tan solo un útil para el hombre, un conjunto de creencias útiles; al fin y al cabo algo “humano, demasiado humano”.

 

En la medida en que Nietzsche sostiene que todo lo que hasta ahora hemos llamado verdad, saber, ciencia es sólo una interpretación de la realidad está afirmando que todo es hermenéutica. No hay procesos, cosas  «en sí»: esto no es más que un grupo de fenómenos seleccionados y reunidos por un ser que interpreta. Lo que llamamos realidad, verdad depende de la perspectiva elegida para mirar la realidad. No hay realidad en sí, ni verdad absoluta, ni sentido único y fundamental que agote las significaciones del ser. ¿De qué depende la perspectiva elegida? De nuestros valores

 

La genealogía: crítica a la moral y a la religión

La genealogía es una forma de hermenéutica que consiste en explicar y, sobre todo, en desenmascarar algo. Literalmente significa la serie de los ascendientes de un individuo. Es decir, tal y como la emplea Nietzsche, el procedimiento mediante el cual se atiende tanto al momento en que un fenómeno surge, a su origen como a su evolución histórica. Así Nietzsche pretende desenmascarar esos valores que nuestra cultura ha calificado de absolutamente buenos: la humildad, la bondad, la sinceridad, la resignación... acudiendo a su origen y mostrando que son fruto de la cobardía, del resentimiento.

La moral vigente tiene su origen en el cristianismo y éste halló una base filosófica que diera enjundia a su propuesta moral en el platonismo. La moral cristiana ha impuesto una serie de valores: dolor, sufrimiento, debilidad, inhibición que son contrarios a la vida, que atacan los instintos vitales y demonizan todo lo que es alegría, goce, fuerza, plenitud: en definitiva la exuberancia propia de la vida. Por ello dice Nietzsche que es una moral contranatural, contraria al hombre. Lo que hace el cristianismo es intentar darle un sentido al sufrimiento humano para que éste sea soportable: sufrimos porque somos culpables (esa es la crueldad del cristianismo, su traición a la vida es hacernos culpables, pecadores). Sufrir ayuda a alcanzar el otro mundo, el Mundo Verdadero. Como se puede ver el mundo de las Ideas sirve de más allá religioso. La praxis de la Iglesia es hostil a la vida «La vida acaba donde comienza el reino de Dios»[6]

Nietzsche establece una clara distinción entre la moral de los débiles y la moral de los fuertes, de los señores. La moral de los débiles es la representada por el cristianismo y también por el socialismo, anarquismo, comunismo y demás humanitarismos que tan sólo son versiones secularizadas del cristianismo (todos los paternalismos). Esta moral tiene como fundamento el resentimiento. El resentimiento no es más que la agresividad del débil e impotente que no se atreve a expresarse abiertamente, a luchar, a crear valores. Como no se atreve a ser fuerte, tiene miedo al enfrentamiento, justifica y ensalza los valores de la debilidad (algo así como la fábula de la zorra y las uvas: están verdes) y de la muerte: la compasión, la bondad, la caridad, la igualdad, la sumisión, la felicidad del otro. Como no se atreve a ser señor quiere que nadie lo sea. Elimina las jerarquías. La moral de los débiles culpabiliza a los fuertes, les crea mala conciencia haciendo creer que la fuerza y los valores asociados a ella (alegría, jovialidad, risa, ímpetu) son malos. Es una moral gregaria: el individuo desaparece en el grupo. Está ligada al nihilismo que inventa otros mundos mejores que éste donde los malos (los fuertes) serán castigados y los débiles, sumisos sufridores que jamás se han rebelado, que jamás han tenido valor para decir no, serán recompensados. La moral de los fuertes, de los señores, la moral que Nietzsche nos propone es una moral creadora que dice sí a la vida tal y como es. Es una moral individualista y conquistadora. Está ligada a la voluntad de poder. No acepta los valores establecidos ni el deber. Frente al «yo debo» propone el «yo quiero». No rechaza la ayuda al débil siempre y cuando esa ayuda no se dispense por piedad o por compasión, ni bajo el efecto de la culpabilidad, sino a partir de una sobreabundancia de energía. Es la moral asociada al superhombre, que acepta el devenir y el eterno retorno. No teme al dolor, al sufrimiento, a la soledad, es más, los considera partes imprescindibles de la vida.

La moral de los fuertes es la moral «natural» en el sentido de que es acorde con la vida, mientras que la moral de los esclavos es una moral contranatural, va en contra de la vida y de los instintos vitales, de la vida entendida como voluntad de poder ¿Cómo logró imponerse esta moral contranatural? Gracias a los sacerdotes. Son débiles, cobardes pero inteligentes. No se atreven a enfrentarse a los señores, pues carecen de la fuerza necesaria para ello, pero desean su poder. Se alían con la masa y consiguen que ésta se rebele contra la jerarquía existente para imponer así sus valores morales. La moral de los débiles, la moral cristiana es una moral enferma.

La moral es fruto de los valores y el hombre no puede vivir sin valorar. Todo lo que hacemos y pensamos, todas nuestras teorías científicas, nuestro anhelo de verdad no es más que el fruto de unos determinados valores, de una determinada valoración de la realidad ¿Quiere esto decir que toda valoración es válida, qué todo vale? No. Es necesario valorar pero hay valores, visiones, perspectivas morales que favorecen la vida, que son sanas [7] y hay otras que van en contra de la vida, están enfermas. El criterio para distinguir la moral no puede ser el bien y el mal, puesto que aquello que llamamos bien y mal dependen ya de una determinada valoración. No existen fenómenos morales, sino una interpretación moral de los fenómenos. Hemos de ir más allá del bien y del mal; el criterio es si favorece o no la vida. Toda valoración es fruto de la voluntad de poder, es decir, de la vida ¿Qué sentido tiene un determinado conjunto de valores si va en contra de lo que lo ha hecho posible, de la vida misma?

Nietzsche critica al cristianismo el haber engendrado una moral contra la vida, pero también (y de esto es responsable el platonismo) de imponer un catálogo de valores desde fuera de la vida. Lo que critica Nietzsche es la idea de un orden moral que a modo de guía dirige la historia de la humanidad. Este orden moral no viene dado por el hombre, ya que nada que proceda del hombre pude ser absoluto, sino que viene impuesto por “Dios”: si Dios ha sido hasta ahora la gran objeción contra la vida, contra la existencia neguemos a Dios y así redimiremos al mundo, al  hombre, al individuo. El ser humano no necesita de Dios, «Dios ha muerto»

3. Nihilismo

El nihilismo no es una doctrina filosófica, sino un movimiento histórico peculiar de la cultura occidental. Nihilista es quien afirma que no existe un fundamento último y absoluto para nuestro conocimiento y nuestra moral. Nietzsche es el que niega la existencia de valores absolutos y de la Verdad. Ante esta carencia absoluta de fundamento y de validez cabe la apatía, el abandono, la desilusión, la decadencia, el aburrimiento. Nada vale la pena, todo es pasajero y fugaz, todo vacuo, todo vanal.

El nihilismo es, según Nietzsche, la consecuencia lógica de la metafísica platónica (de la tradición filosófica de Occidente). Si el mundo suprasensible es «lo Verdadero» y «lo Bueno», pero a la vez es lo no visible, lo no tangible, lo que se nos escapa, la Historia de la Metafísica nos conduce al resultado de que lo suprasensible, precisamente por ser lo no presente, sencillamente no es. El nihilismo se ejemplifica en la frase «Dios ha muerto». Que no hay Dios no es una proposición acerca de cierto ente al que llamamos Dios. Que «Dios ha muerto» significa que el mundo carece de un orden trascendente, una finalidad, una validez inmutable y por encima del devenir. La superioridad de Nietzsche sobre todos los ateos, agnósticos e irreligiosos de los últimos siglos estriba en que es el único que vio con toda claridad que afirmar la existencia de Dios implica una determinada concepción del mundo sensible. Negar a Dios equivale a eliminar toda trascendencia, toda validez absoluta. El nihilismo implica la ausencia total de sentido, la pérdida de todo consuelo y de toda seguridad.

Aunque algunos socialistas, anarquistas, comunistas, etc., declaren también la muerte de Dios, siguen manteniéndolo vivo. Para todos ellos la historia, el mundo tiene un sentido dado, una finalidad que hay que conocer e intentar realizar. El presente, por tanto, sólo tiene valor en función del futuro que está por venir. Esto, para Nietzsche sigue siendo lo mismo de siempre: hay un sentido global de la existencia, sentido que le viene dado al hombre y todo lo que se hace es en función de ese mundo ideal. Esto no es más que cristianismo secularizado, «la muerte de Dios» implica que no hay sentido, que la vida, el mundo no tiene un sentido dado de antemano que el hombre debe conocer y perseguir.

Ante la aceptación radical del nihilismo caben varias posturas. En primer lugar el desprecio del mundo, la decadencia, el abandono. También cabe una huida hacia atrás, un negar el nihilismo y buscar un nuevo sentido a la vida, un nuevo orden trascendente, como hacen, según Nietzsche, comunistas y socialistas, entre otros. En tercer lugar cabe la apuesta nietzscheana: la aceptación, no como resignación, sino con alegría, de la vida tal y como es. El valor de la enfrentarse al mundo sin el subterfugio de “otro mundo”. El decir sí a la vida. Con la muerte de Dios resucitan los dioses, vuelve el politeísmo de los valores. El valor de darle sentido a la vida, de que sea el hombre el que se lo dé y no venga impuesto desde fuera. El que el mundo carezca de un sentido último y universal no debe servir de excusa para que no intentemos la búsqueda de un sentido provisional y propio.

 

4. El mensaje

Quizá alguien podría pensar que lo que pretende Nietzsche con su crítica a la metafísica y a la moral, con su transvaloración es privilegiar y ensalzar aquello que hasta ahora ha sido rechazado. Toda la filosofía occidental se sustenta en una serie de conceptos antagónicos: verdadero/falso; real/ficticio; alma/cuerpo; bien/mal; espíritu/materia; uno/múltiple; ser/nada; eterno/temporal. Esta estructura es la que hay que subvertir, pero no dándole la vuelta, no invirtiendo los valores. No se trata de buscar otras respuestas definitivas y absolutas, otros antagonismos que traicionen la realidad, sino de reconocer el grado, el matiz y darle cabida y entender que todo saber, todo conocimiento es tan solo una interpretación de la realidad y que como tal interpretación nunca puede ser definitiva. La vida no se agota, no puede ser captada definitivamente porque la vida es voluntad de poder. La voluntad de poder quiere valorar, necesita valorar y por ello es necesaria una moral, pero una moral sana, una moral que no juzgue constantemente la vida sino que se enfrente a ella con la inocencia de un niño, una moral que no culpabilice, que no rechace la vida. Para ello es necesario un nuevo tipo de hombre, un espíritu libre que está por venir, aquel que se ha enfrentado a la idea más terrible, aquel que ha hecho suyo el pensamiento más difícil: el del eterno retorno de lo mismo. Veamos cada una de estas ideas:

 

Voluntad de poder

«En todos los lugares donde encontré seres vivos encontré voluntad de poder (...) Y ese misterio me ha confiado la vida misma. (...). Sólo donde hay vida hay también voluntad:  pero no voluntad de vida, sino  -así te lo enseño yo- ¡voluntad de poder! Muchas cosas tiene el viviente en más alto aprecio que la vida misma; pero en el apreciar mismo habla ¡la voluntad de poder! (...). En verdad, yo os digo: ¡Un bien y un mal que fuesen imperecederos no existen! Por sí mismo deben una y otra vez superarse a sí mismos. Con vuestros valores y vuestras palabras del bien y del mal ejercéis violencia, valoradores: y ése es vuestro oculto amor, y el brillo, el temblor y el desbordamiento de vuestra propia alma. (...) Y quien tiene que ser un creador en el bien y en el mal: en verdad, ése tiene que ser antes un aniquilador y quebrantar  valores. Por eso el mal sumo forma parte de la bondad suma: mas ésta es la bondad creadora (...) ¡Y que caiga hecho pedazos todo lo que en nuestras verdades pueda caer hecho pedazos! ¡Hay muchas cosas que construir todavía!»[8]

 

Nietzsche abandona la ontología sustancialista, es decir, aquella que afirma que el ser es esto o aquello: Idea, forma, esencias matemáticas, cualidades primarias, noúmneo, etc. Estas son categorías estáticas y Nietzsche adopta una visión dinámica de la realidad, donde los conceptos de fuerza, movimiento, tensión son fundamentales. Todo cuerpo es considerado por Nietzsche como un sistema de fuerzas en un equilibrio inestable. La vida es fuerza, devenir, tensión y eso es lo que se expresa en «la voluntad de poder». Todo es fruto de la voluntad de poder: la filosofía, la ciencia, la religión y la moral. Los que niegan el valor del devenir, los que imponen la moral contranatural también son fruto de la voluntad de poder, pero de una voluntad reactiva: negativa, contraria a la vida.  No es posible vivir sin valorar, sin establecer un orden, una jerarquía de preferencias. Todo valor es fruto de la voluntad de poder y todo valorar tiene una doble referencia. En primer lugar el valor refiere a alguien que aprecia algo, que tiene una actitud favorable hacia algo (sea la vida, el chocolate o el sexo). En este sentido el valor expresa una tendencia hacia algo, una voluntad. El valor es la expresión de una voluntad. Por eso el valor depende de la voluntad que lo ha puesto a su servicio: no hay pues valores absolutos, valores en sí. En segundo lugar, si el valor es un elemento imprescindible para la vida, los valores refieren a la vida, son valores terrenales. La vida es dominio sin término, pero no como instinto de mera conservación, sino como fuerza que intentar ir más allá cada vez, de superación, de poder, de dominio.

La voluntad de poder representa la esencia (en la medida en que esto no es un contrasentido) de la realidad. El mundo es tiempo, devenir, multiplicidad. La realidad no es única, estable definitiva, la vida es fuerza, y eso se expresa en la voluntad de poder. La realidad es una fuente inagotable, un fondo paradójico, proteico que desafía cualquier aprehensión definitiva; es creación, póiesis perpetua. Por eso sólo cabe la interpretación,  que es también fruto de la voluntad de poder. Y por eso, según Nietzsche, la metafísica se debería expresar a través del arte. La verdad es siempre una ficción, una ilusión, una invención de la voluntad de poder. La voluntad de poder y el devenir son dos nombres de una realidad dinámica infinita.

 

El eterno retorno

«El peso más pesado.- Que pasaría si un día o una noche se introdujera a hurtadillas un demonio en tu más solitaria soledad para decirte: «Esta vida, tal y como la vives ahora y la has vivido, tendrás que vivirla no sólo una, sino innumerables veces más; y sin que nada nuevo acontezca, una vida en la que cada dolor y cada placer, cada pensamiento, cada suspiro, todo lo indeciblemente pequeño y grande de tu vida habrá de volver a ti, y todo en el mismo orden y la misma sucesión –como igualmente esta araña y este claro de luna entre los árboles, e igualmente este momento, incluido yo mismo. Al eterno reloj de arena de la existencia se le dará la vuelta una y otra vez-¡ y tú con él, minúsculo polvo en el polvo!» ¿No te arrojarías entonces al suelo, rechinando los dientes, y maldiciendo al demonio que te hablara en estos términos? ¿O acaso ya has vivido alguna vez un instante tan terrible en que le responderías: «¡Tú eres un Dios y jamás he escuchado nada más divino!»? Si aquel pensamiento llegara a apoderarse de ti, tal como eres, te transformaría y tal vez te aplastaría; la pregunta decisiva respecto a todo y en cada caso particular sería ésta: «¿Quieres repetir esto una vez más e innumerables veces más?» ¡Esto gravitaría sobre tu acción como el peso más pesado! Pero también: ¡qué feliz tendrías que ser contigo mismo y con la vida, para no desear nada más que esta última y eterna confirmación y sanción!»[9]

El eterno retorno no aparece desarrollado explícitamente en la obra de Nietzsche. Puede interpretarse de dos modos no del todo excluyentes. Por una lado puede entenderse como un intento de contestar a la siguiente pregunta: ¿de qué manera hay que interpretar el mundo para no caer en el viejo error de la metafísica: crear algo fuera del mundo, fuera del devenir? Es decir, como aceptar que todo es pasajero, efímero sin idear trasmundos y sin subestimar lo efímero. Por otro lado, lo que hace Nietzsche es lanzarnos una pregunta, una especie de prueba para ver hasta que punto amamos de verdad la vida. Lo que parece medir esta pregunta es la intensidad de nuestra alegría, de nuestro amor a la vida tal y como es. El responder afirmativamente a la pregunta equivale a estar dispuestos a aceptar el retorno de todo lo que existe. Es decir, no se presenta en contra de lo real ninguna denuncia, ninguna objeción: es la adhesión a la vida sin posibilidad de enmienda.

 

El superhombre

El superhombre no es ningún héroe de ciencia-ficción; es aquél que dice sí a la vida como es, el que acepta el eterno retorno; el superhombre es un espíritu libre. Es capaz de pensar y vivir como un poeta, como un artista. El que no acepta nada como incondicional, el que busca el matiz, el grado. El superhombre es el que entiende la vida como obra de arte. El espíritu libre es el hombre fuerte que es capaz de soportar el dolor y la soledad. Aquél que cambia el «yo debo» por el «yo quiero». Es el que está más allá del bien y del mal, el que sabe que la vida no es buena ni mala, justa o injusta, que todos esos conceptos son juicios, valoraciones humanas. El superhombre es el que recupera la inocencia y no juzga la vida, simplemente la acepta como es.

El primer discurso del Zaratustra expone tres metamorfosis del espíritu: cómo el espíritu se convierte en camello, el camello en león y éste en niño. El camello es el que lleva una pesada carga: la obediencia; el camello simboliza a los que se contentan con obedecer, a los que siguen el camino marcado. Sólo tiene que arrodillarse y recibir su pesada carga, obedecer y someterse a las obligaciones sociales, a los valores que le dan. El que se rebela se convierte en león: el gran negador, símbolo del nihilista que rechaza todos los valores tradicionales. Pero es posible una transformación más: el león puede transformarse en niño que vive inocentemente y juega, gozando, con la vida. Puede transformarse en un superhombre.

El hombre superior realiza la transvaloración de todos los valores, propone una revuelta contra la degeneración de la humanidad, degeneración iniciada con el cristianismo y que culmina en el democratismo. La nueva moral quiere estar al servicio de los instintos vitales del ser humano. El hombre superior no cree en la igualdad, de la que afirma que es sólo una artimaña de los débiles de espíritu. El hombre superior dice sí a las jerarquías, a las diferencias que hay entre los hombres. La igualdad es propia de la moralidad del rebaño, de la moral de los esclavos. El hombre superior se ríe de los valores del mundo superior, aquellos que han sido considerados absolutos, porque sabe que no son más que algo “humano, demasiado humano”. Para él no son obligatorios, lo único obligatorio es la vida misma. Por eso el hombre superior es un niño y un bailarín: un niño porque no tiene prejuicios, es inocente. Un bailarín porque hace del juego un riesgo permanente, se pasea por la cuerda floja del devenir, hace de su vida un continuo experimento.


 

[1]Aforismo: sentencia breve de contenido enigmático.

[2]No podemos entrar aquí a discutir si Nietzsche interpreta o no correctamente a Platón.

[3]NIETZSCHE, F., Sobre verdad y mentira en sentido extramoral. Madrid, Tecnos, 1990, p. 25.

[4]Ibidem, p.24.

[5]Hermenéutica: en su origen técnicas de lectura, de comprensión y desciframiento que permiten captar el sentido de un texto.

[6]NIETZSCHE, F., El crepúsculo de los ídolos. Madrid, Alianza, 1998, p.63.

[7]Nietzsche llama sano a lo que se encuentra reconciliado con su condición finita

[8]NIETZSCHE, F., Así habló Zaratustra. Madrid, Alizanza Editorial, 1972, pp. 171-173.

[9]NIETZSCHE, F., La gaya ciencia. Madrid, Biblioteca Nueva, 2001, p.327.